Y todo es tan oscuro

Y todo es tan oscuro que sería deseable probar el vacío de la oscuridad, el aire leve que viene del fondo mientras se cae como dentro de un sueño. Una tentación, caer y llenar el corazón de caída y de oscuridad, de lejanía y ostracismo. Y después nada, levantar la cabeza de la almohada y mirar alrededor, levantarse, ponerse en movimiento, coger la escoba y el trapo del polvo y limpiar la casa. Aquí no pasa nada, la vida sigue adelante; en medio de la oscuridad el paraguas se ha abierto y ahora el fondo del pozo es un lejano campo de rastrojos sembrado de almendros, unos pocos caminos atraviesan el campo; la brisa mueve suavemente mi parapente, está atardeciendo.

No obstante digamos que tampoco sirve de mucho perseverar en exceso en ese vuelo parapéntico dentro de la noche. En cualquier modo habrá que seguir viviendo, es necesario. Lo que no tiene solución más valdría no tocarlo demasiado. Un poco sí, pero no conviene pisotear demasiado el prado que lo rodea, los nomeolvides, las gencianas; desaparecería la hierba, estropearíamos la razón de ser de la fuente, de las flores, ni siquiera podría el lugar servir de abrevadero a los pequeños animales del bosque. Tocarlo lo suficiente como para que el corazón no se nos vaya haciendo de piedra.

Y todo esto porque hoy, cuando de las paredes había desaparecido la posibilidad recurrente de mirar, reposé la mano sobre la estantería y me tropecé con la grabadora, y la puse en marcha, y esperé, y en un momento empezaron a surgir sonidos conocidos, y luego voces, y más tarde lágrimas, y a continuación susurros y el hipo entrecortado de cuando uno no puede pronunciar las palabras porque las palabras son en exceso toscas.

¿Será posible resistir desde la tristeza, dejarla ahí como un río subterráneo que te atravesara el alma, mientras tú te enfrentas a las tareas del día? ¿Amaestrar tu añoranza escondida hasta el punto que corra por tu cuerpo como sangre de tus venas, tú y ella una misma cosa, vida secreta que como un manantial oculto nutre tu cuerpo en el escondido espacio de la noche; y ser rincón luminoso, almohada de tu sueño?

Resistir, habitar la tristeza y no desear más; no beber otra agua que su sed. Y acaso no ser ella la que mi cuerpo y mi alma inventaron para huir de la soledad y el silencio, el barro en donde hundir mis manos, en donde secar sus lágrimas, en donde ver brotar la hierba y las flores; ella, tristeza, radiante rostro de niña viniendo a mi encuentro. ¿Espléndida hoguera clavada en la línea del horizonte, igualmente lejos siempre, por tanto? ¿Energía subliminal sobre la que construir versos, sobre la que inmolar el sueño cada noche? ¿Qué eres, tristeza, sino sueño, inaprensible, puro mecanismo, tensión, fuerza que acumula mi cuerpo a la vera del camino para perseverar en este viaje hacia la nada? Sólo cabe esperar, dejar que la tarde avance, que se desvanezca el sueño... Y volver a la paciente espera. O por lo contrario, vagar por el desierto y la noche, encender el fuego del no deseo e irle arrimando astillitas para que alumbre nuestra paz, para que ciegue con su luz la presión de un organismo abocado a vender su alma al diablo.

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