Una monja en el Montseny

Ayer me di una vuelta por la Pedriza con mi amiga Charo y, sentados al sol, nos enredamos con la historia de una amiga suya, ermitaña desde hace cerca de cuarenta años en las montañas de Montseny. Y desde ahí, pasando por San Juan de la Cruz y algunos otros temas, vinimos a darnos de bruces con el fondo de la parábola aquella de Machado de “Era un niño que soñaba, un caballo de cartón”. Si la ermitaña soñó un mundo en su soledad y se encerró en él, viviendo el beneficio de su sueño, una felicidad a prueba de bomba en su burbuja de vida aislada; si nos engañamos o no; si es bueno o no jugar a desentrañar si lo que vivimos es sueño o no; si…

Hoy, mañana de otoño, de andar entre los sembrados, mis pensamientos caminaban por las veredas del Montseny. Sentí profundamente que la vida, la masa biológica de la vida, se las ingenió después de millones de años para crear la trampa irresistible del sexo para su propia conveniencia; trampa sofisticada... y mucho. La naturaleza va a su bola y nos involucra hasta el culo en su obsesión de vivir permanentemente, auque sólo sea en la llama que va pasando de la vida de los padres a la de los hijos. La explosiva energía interior que acumulamos: ¿qué empleo le damos? Una muchacha de veintiún años la encauza hacia el temprano ascetismo de la contemplación, otra hacia su amante.

¿En ambos casos una trampa, fuerzas que nos mueven “engañosas” hacia un Todo que nuestra limitud fabrica para huir de la muerte? ¿El deseo de Dios y la pasión entre hombres y mujeres no nacen y se dirigen al mismo objetivo que en la noche oscura del alma busca una otredad en la que enjugar nuestras lágrimas y fundir nuestro anhelo? ¿La ambivalencia de los versos de San Juan de la Cruz
“¡Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!”, es otra cosa que esto?

Y llegados aquí, e independientemente del nombre que diera a estas cosas Freud, ¿no nos será dable algún día sustraernos a la poderosa fuerza magnética que nuestro organismo fabrica con criterios biológicos, de manera que podamos encauzar esa energía alternativa resultante hacia un trabajo personal consciente? La enorme energía que cada primavera debe destinar un árbol para llenar sus ramas de hojas, la emplean otras especies protegiendo esas mismas hojas con una dura cutícula foliar que las aísla del frío. La naturaleza es sabia y tiene sus recurrencia. Basta salir al campo en primavera y observar lo que sucede en el mundo vegetal. Llevar el amor, que no es otra cosa esto de lo que vengo hablando, a la proximidad de la biología y la botánica puede inducir a lanzar algún anatema a alguien, pero... En cualquier modo estamos en otoño, época de reflexión y considerandos. Sólo palabras, si se quiere. Ninguna conclusión a la que echar mano, unicamente la constatación de las muchas raíces que se desarrollan bajo el suelo. En un apretado bosque otoñal, que bien puede ser imagen de la vida, ¿quién sabrá decir con exactitud a qué planta, arbusto, árbol pertenecen los millares de intrincadas raicillas que alimentan el mundo vegetal? ¿Quien podrá decir con exactitud lo que alimenta el ánimo ascético de la monja del Monseny, que nutre la pócima de las flechas de Cupido?

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