El bosque invadido

Entre Soria y Vitoria; un altiplano racheado por el viento. Me despedí un domingo por la tarde de mi amiga Maite en Salas de los Infantes después de haber rastreado juntos los bosques de Neila y Urbión.

El viento barría el altiplano donde aparqué el coche para pernoctar. No es fácil sustraerse a lo corriente, no hay posible escenografía de cuentos de hadas, de bosque salvaje, de... todo es excesivamente normal; el bosque termina siendo habitado por todos los rincones, si no por los que trabajan o tienen alguna labor en su interior, es por los ciclistas, o por los recolectores de setas, o por los paseantes. Los árboles, el agua, las cascadas, viven el asedio del turismo de masas. Naturalmente el entorno de la Laguna Negra no es patrimonio de nadie, y menos mío, cada uno toma de él lo que su magín le propone; y todo vale. Sin embargo el mundo se reduce sustancialmente, el turismo ahoga el paisaje, lo llena de ruido, de futilidad, de mediocridad.

Cuando salgo a la carretera y me acerco a Burgos, me digo lo mismo, hemos invadido definitivamente el entorno: dos autovías, la vía del tren, los pueblos, las naves industriales. Vamos sustrayendo a la tierra tanto, tanto que terminaremos acaso admirándola sólo en los pocos metros cuadrados de un jardín. Es difícil encontrar un camino que lleve a un lugar donde sea posible no escuchar la circulación de los automóviles, donde los cables no cuelguen sobre los sembrados. Uno desearía un otoño limpio, despejado, personal. Oigo a Maite y una parte importante de la realidad de la que hablamos se me hace extraña. La lucha por el poder y por una alta capacidad de consumo distancia a los hombres de los valores vitales, les aleja, les oculta realidades íntimas, la muerte, el amor... aglutina los deseos en torno a la propaganda, genera un estúpido paternalismo en los políticos, que ni están interesados en educar a la población ni hacen nada para intentar comprender ellos mismos la realidad global; la del individuo, se entiende. Usamos el mundo con un absoluto desprecio economicista... y en los últimos años con un estúpido paternalismo de pacotilla. Los bosques requieren una amorosa aproximación, una relación de amante hacia ellos; no podemos, no debemos invadirlos con el vocinglero trajín de las ferias. Ellos nos alimentan, ellos nos dan paz, en ellos encontramos el descanso de nuestro cansancio, al amigo que llena de armonía nuestra alma.



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