El hecho amoroso

Algunas variaciones más sobre el mismo tema. El frufrú de las hojas, suave ahora, impetuoso en otros instantes, como inflado por el ímpetu repentino de un sentimiento violento, acompañaba a las notas de la sonata para piano op. 111 de Beethoven. Me vengo preguntando desde días atrás por el lugar en que cabría colocar algunos de los sentimientos más emblemáticos de hombres y mujeres de decidirnos a reconocer el contexto evolutivo al que todo proceso vital parece estar supeditado en última instancia. Un pensamiento que surge en el amante, cuando observa las dificultades y los míseros resultados que obtiene al tratar una y otra vez de romper las amarras que le mantenían atado a su antigua pareja. Las fuerzas en contra son tales, la desazón, la angustia tan penetrantes, que aun viendo objetivamente con una claridad meridiana la necesidad de no volver a encontrarse más a su ex, todo su organismo parece trabajar en sentido contrario. La decisión queda ahí, en el frente, como un dictado contra el que la esperanza y el cuerpo entero tratarán de luchar en los próximos días, semanas, meses tratando de anular el dolor a veces insoportable, debatiéndose como en medio de un charco de sangre por volver a encontrar la forma del anhelo, la pequeña luz que evite el desastre.

Uno, sucumbiendo una y otra vez a un deseo no reconocido de reencuentro, se termina viendo en una trampa en la que a él le corresponde el papel de títere llevado de aquí para allá por la conformación de la biología a la que ve trabajar de continuo usando todos los medios y artimañas posibles para llevar a cabo sus fines, que no otra cosa es para ella la imperiosa fuerza que empuja a hombres y mujeres hacia la unión; lo que apunta directamente contra esa cándida idea que tenemos de una parte importante de nuestras relaciones afectivas. Una cita de la investigadora americana Helen Fisher, sirve para ilustrar lo que digo: "El impulso sexual se desarrolló para motivar a los individuos a perseguir el sexo con cualquier pareja apropiada. La atracción, el precursor mamífero del amor romántico, se desarrolló para permitir que los individuos persiguieran a los compañeros de apareamiento preferidos, y así ahorrar tiempo y energía dedicados al cortejo. El sistema de circuitos del cerebro para el vínculo macho-hembra se desarrolló para permitir a los individuos permanecer con un compañero el tiempo suficiente como para completar las tareas de crianza especificas de la especie". Es probable que tener en cuenta esto ayude a entender la irracionalidad de las fuerzas que actúan cuando se trata de romper el apego que los vínculos sentimentales crearon.

Parece que de los trabajos de investigación que se han llevado a cabo en este campo, se deduce que en las personas que pasan por ese momento de locura del enamoramiento, se dan condiciones entre las cuales la presencia o no de algunos neurotransmisores es determinante; así, en los sujetos investigados con estas características siempre aparece un bajo nivel de serotonina, y uno ligeramente alto de dopamina, así como es relevante la presencia de una sustancia denominada feniletilamina. La científica italiana Donatella Marazziti llega incluso a calificar de enfermedad este estadio de “anomalía”, piensa que las personas “enfermas de amor” sufren de un trastorno obsesivo compulsivo.

Estas consideraciones no son ni mucho menos un todo en relación al hecho amoroso, pero indudablemente aclaran algunas cosas, y entre ellas la importancia que la química y la biología tienen en él. Ahora habría que averiguar qué es primero, el huevo o la gallina: ¿el flechazo es un subidón de los neurotransmisores responsables o, por lo contrario, como consecuencia de él se produce una alteración del nivel de éstos? ¿O acaso las condiciones del organismo, su historial, su necesidad de compañía, el clima, el hecho de que sea primavera o invierno están ahí agazapados y sólo necesitan ver aparecer su objeto amoroso para ponerse en movimiento y coadyuvar con su presencia a que el entero mecanismo biológico, psicológico y sentimental se ponga en funcionamiento? Y es fácil imaginar personas y situaciones en las que sería muy poco probable que se produjeran este embrujo sentimental, mientras que nos parece lógico que tal cosa se dé en otros casos.

Sea lo que fuere lo que desencadenan esos trastornos obsesivos compulsivos, o lo que hace tan difícil a veces romper los vínculos al cabo de un tiempo de relación, aun siendo un misterio, no le vienen mal estas consideraciones; igualmente conocer cómo en el cerebro límbico se asientan, se consolida gota a gota, hecho a hecho, año a año nuestra afectividad, nos puede ayudar a comprender que el proceso inverso no puede deshacerse con un acto de voluntad momentáneo, sino que necesitará un tiempo similar para deshacer lo que con tanta afán se dedicó a construir nuestro afecto.

En cualquier modo el sentimiento de estar atrapado en los mecanismos de la biología de la reproducción y sus colaterales, es decir algo así como en las manos del destino, de una divinidad ciega que, fabricando un juguete con ésta o aquella finalidad, nos castiga con la ansiedad y el desasosiego; en cualquier modo, decía, es un sentimiento que nos pone en contacto, como todo lo que nace de la hondura cósmica de nuestro ser, con las fuentes más íntimas de nosotros mismos; nos da profundidad y significado, nos arranca de la rutina de la acumulación de los hechos, nos invita a sondear las fuentes inagotables de nosotros mismos. Sí, y nos produce intenso dolor, pero ¿no es ese, no obstante, el reducto más nuestro, la conciencia íntima que sustenta nuestro otro ser más liviano y pedestre?

La sonata para piano op. 111, que me acompañaba en la escritura y a cuya audición me había inducido la larga conferencia de Kretzschmar, el personaje de Doctor Fausto, de Thomas Mann, “conducida a su término, había llenado su destino, y alcanzando su meta, se elevaba y se disolvía; se despedía en fin”. En el aire quedaban las últimas notas y la perplejidad de pensar frente a la tarde que declinaba, entre las ramas casi desnudas de los olmos, ese hecho amoroso que ofusca de continuo mi capacidad de comprensión.

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