Leer la prensa

Y el silencio invitaba a la contemplación. En la bandeja trasera del coche había un teléfono, la funda de unas gafas, libros, mis pantuflas nórdicas, más libros, unos calcetines de lana, un atlas de España. Alargando mi mano derecha, sobre el asiento delantero, se encontraba la comida; a mis pies, toda la ropa necesaria para estos días; anclado en el asiento del conductor colgaba el foco que me alumbraba por la noche; y algo más alejado el bidón del agua y una batería de repuesto. Teóricamente al mediodía debería haber estado en los bosques de Irati, pero el tiempo gris me indujo a vaguear y después a encender el portátil. Si no llegaba hoy llegaría al día siguiente, o acaso al otro, o al otro. Me pesaba un poco ese llano inanimado, la mañana tenía en sus tripas un algo de opresiva. Fue necesario hacer el esfuerzo y ponerme en movimiento; terminé resucitando y poniéndome en camino. Habría de prepararme mejor ante estas eventualidades, la murria, la pereza, el desgano entrando por las rendijas del coche invitando a la melancolía.

Tener a los políticos para que te solucionen la vida; era una idea que me asaltó mientras conducía cami

no de Pamplona. Un modo de disculpar mi lejanía respecto a la política. Leo en el periódico de hoy —siempre hay algo que llama mi curiosidad y entonces el ratón no puede resistir la tentación de indagar— que en Francia una comisión parlamentaria investiga la no escolarización de niños de una secta. El presidente de dicha comisión, un tal monsieur Fenech, hace la observación de que los chavales no sabían siquiera quien era Zidane (!), una apreciación absolutamente relevante en un presidente de una comisión parlamentaria. Saber quien es Zidane o Tom Cruise es hoy el equivalente al conocimiento del catecismo Ripalda de nuestros años de escuela. Mi amiga Marga lee todos los días el periódico, dedica mucho tiempo a la política, tiene un amigo diputado del psoe. Discutimos a menudo sobre este asunto. Yo no leo, ya hago bastante con mirar la portada de El País, y es que me resulta soporífero ir más allá; algún suelto de Millás o Manuel Rivas, acaso, o las viñetas de Hipo Hipo o Forges. En general, nos perdemos en exceso en los caminos fatuos de la realidad; y en particular, en las muy muchas vicisitudes insignificantes de nuestros políticos, y que la prensa no se corta un pelo en aventar para que nosotros tengamos ocupado nuestro tiempo en saber la longitud y la anchura de la sombra que persigue a Rajoy o a Zapatero, o para conocer si a la señora Esperanza Aguirre el sueldo le llega a final de mes o no.

La verdad, y para ser sincero, es que el sistema me proporciona la posibilidad de dedicarme a aquello que elijo. Tomo carreteras, visito pueblos, dispongo de los servicios que necesito, y todo ello es posible porque hay gente que se dedica a organizar el mundo. Nuestro bienestar y nuestra cultura se asienta sobre el correcto o no correcto funcionamiento de las instituciones políticas. Es de agradecer que el mundo funcione, aunque lo haga no exactamente como yo quiero, que de empeñarme en ello tampoco podría ser, y por añadidura me robarían la posibilidad de este tránsito tranquilo por el mundo, ya que organizar el mundo es complejo y consume una gran cantidad de tiempo y energía vital. Lo que me obliga a disculpar aquello que no me gusta y a reconocer el esfuerzo de los que trabajan en la obra común, aunque sea gastando excesiva pólvora en bobadas de tres cuartos.

Si alguien no hubiera proyectado las carreteras, suministrado el carburante para mi coche, fabricado el portátil en que tecleo en mi periplo otoñal por España, pues eso, que no podría estar aquí disfrutando de este particular otoño que me he fabricado este año.

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