Villoslada de Cameros, 24 de octubre de 2014
Los
criterios que seguí para elaborar esta ruta otoñal fueron un tanto simples, me
limité a teclear en el Google cuáles eran los mejores paisajes otoñales de la Península , así de
simple, no tenía ganas de hacer mayores averiguaciones. Luego descarté aquellos
paisajes que me quedaban un poco lejos de la ruta más concurrida que se
centraba a uno y a otro lado del eje Madrid-Santander. El Pirineo quedó también
descartado, aunque todavía en estos momentos dudo si me acercaré a Ordesa,
Añisclo y a Irati. Veremos, de momento he oído en la televisión que tenemos por
delante una semana y media de buen tiempo, lo que quizás me anime a desplazarme
hasta el Pirineo. El plan para mañana tras la excursión de sierra Cebollera en
Tierra de Cameros, está en el entorno del nacimiento del río Urederra, en
Navarra, del que Toni Calderón dice: “El agua color turquesa y el increíble
bosque de hayas hacen de este paraje uno de los más bellos entornos naturales
que conozco.” Continúo pues mi viaje hacia el norte, cada día un bosque, cada
jornada un trotada por el otoño hispano.
Hoy había
pernoctado a doscientos metros de la Laguna
Negra. Después del paseo que me había dado el día anterior,
paseo de pintor o fotógrafo si se quiere, sólo con el único propósito de
recoger en mi cámara cuanta belleza andaba todavía revoloteando por los
alrededores de la laguna, decidí que con aquello era suficiente para un lugar
que conocía bastante bién, la ascensión al pico de Urbión podría esperar para
otra ocasión. Así que las del alba serían cuando desayunado y lavadas las
legañas arranqué para dirigirme a Montenegro de Cameros primero y después a
Villoslada de Cameros desde donde parte un camino que primero sigue el curso
del río Iregua y después zigzaguea lomas arriba por entre hayedos y pinares
hasta los mil seiscientos metros para terminar bajando a la ermita de la Virgen de Lomos de Orios,
un plácido lugar donde crecen un puñado de enormes álamos que adornan el sitio
con el consabido dorado otoñal. Más tarde el sendero desciende y, siguiendo el
arroyo del Puente de Ra, alcanza la cascada del mismo nombre.
Mucho antes
de llegar aquí yo ya me había introducido en mi acostumbrada lectura, primero probé
con un título de Fitzgerald, A este lado
del paraíso, pero la grabación era tan mala que costaba trabajo entenderla;
opté por abrir un tomo de filosofía, Schopenhauer
y los años salvajes de la filosofía. La verdad es que con esta elección lo
que trataba era de irme aproximando poco a poco a “esa entrada en situación”
que decía ayer el amigo José María Abarca; en un comentario en Facebook a mi
última entrada escribía que era verdad, “que era difícil entrar en situación,
pero que cuando lo consigues te haces enorme, te haces a ti mismo”. No sé si
será para tanto pero sí es cierto que la cosa requiere un trabajo, requiere
soledad, receptividad, estar atento a lo que pasa a tu alrededor y dentro de ti
mismo. Schopenhauer es una buena elección para tratar de encontrar una cierta
altura, temas que vertebren este paisaje otoñal que he venido a recorrer.
En sí mismo
el otoño es ya una metáfora que puede ayudarme a despertar de mi largo periodo
de tránsito, el tiempo que va desde que regresé de los Alpes y el instante
actual, algo nuevo, algo diferente; ¿el qué?, no sé, sigo sin saberlo. Todavía
estoy en periodo de adaptación. En el otoño que comencé este blog había un
clarísimo leit motiv. Las cosas del
corazón me ocupaban por entero y por fuerza era incapaz de escribir una línea
sin referirme siempre a lo mismo, incluso en las ramas desnudas de los árboles
de aquel final de otoño era capaz yo de ver la forma desnuda de un amor
frustrado. En éste, si hubiera de hablar de algo que estimula mi ánimo en especial
creo que sólo lo encontraría en el ámbito político, en la esperanza que está
empezando a germinar en mí, no sin cierta prevención, con el nacimiento de
Podemos. Pero aun así no es esta clase de asuntos de los que yo espero un
especial refrigerio, se trataría de algo más personal.
Tratar de
encontrar algo que no se sabe lo que es, o mejor ni siquiera tratar, tan sólo
perseguir un presentimiento, saber que hay un momento en que es posible un cierto alumbramiento, una
intuición, acaso un párrafo, unos versos que hablen de la oscura razón de ser,
algo que me haga profundizar más en la simplicidad, en la sencillez de la vida
frente al marasmo de un organigrama mental influenciado por los hábitos y
costumbres que rigen la concepción del mundo de una gran mayoría. Mantenerse al
margen de los usos que apenas aportan nada a nuestra persona, defenderse de la
presión social para volver a una vida más sencilla. Los largos paseos por la
naturaleza ayudan a mantener cierta higiene mental, cierta distancia de ese maelstrom que se apresta a engullirnos en un estúpido y
terrible torbellino. Hace poco escribía un post desde los Alpes con motivo de
la muerte de Botín que comenzaba: “Epitafio para la tumba de un banquero: Aquí
yace un imbécil”. Apártanos Señor, sí, de una vida estúpida y danos el regalo
de una existencia interesante y rica. La imagen de un budista o un yogui sumido
en una larga meditación es adecuada, si no pareja a lo que uno puede hacer
perdiéndose entre barrancos y hayedos.
Poetas hay
que desesperan en la búsqueda de una verdad que florece en pocos e inaccesibles
parajes, poetas cuyos versos nacen del dolor y del desgarro; Baudelaire, Hölderlin
pertenecieron a esta clase de hombres. No merece sin embargo el hombre que
busca la verdad un destino tan duro, vida harapienta, locura, aunque sus versos
puedan ser sublimes. El acercamiento a la verdad debe ser posible para hombres
de a pie sin necesidad de dejar la piel en el intento. Estos días atrás,
relacionado con el tema del ébola, tuve el presentimiento de que los misioneros
que viven en apartados rincones del Tercer Mundo, son personajes que pertenecen
a esa categoría de individuos que se acercan bastante a la verdad. Pero tampoco
ellos son un ejemplo a la medida de un hombre de mi edad que carga con una
dosis de egoísmo personal, acaso por cobardía, imposible de hacer entrega a los
demás de manera tan generosa y desprendida. Uno, que considera que carga con
una buena dosis de vulgaridad y no aspira a tanto heroísmo. Debatirse en la
mediocridad para intentar salir lo mejor parado posible, esa parece ser la
cuestión.
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